jueves, 22 de septiembre de 2016

Las Aventuras de Eneas

En la mitología greco-romana, Eneas (en griego antiguo Αἰνείας, Aineías, en latín Aeneas) es un héroe de la guerra de Troya, que tras la caída de la ciudad logró escapar, emprendiendo un viaje que lo llevaría hasta la tierra de Lacio (en la actual Italia) donde tras una serie de acontecimientos se convirtió en rey y a la vez en el progenitor del pueblo romano, pues en esa misma tierra dos de sus descendientes, Rómulo y Remo, fundarían la ciudad de Roma. Era hijo del príncipe Anquises y de la diosa Afrodita (Venus en la mitología romana); su padre era además primo del rey Príamo de Troya. Se casó con Creúsa, una de las hijas de Príamo, con la cual tuvo un hijo, llamado Ascanio o Iulo; en su huida de la ciudad acompañado de toda su familia, su esposa murió al quedarse atrás, apareciéndosele tiempo después como un fantasma para decirle que no se agobiase por su muerte, pues ese había sido su destino, así como el destino de Eneas sería ser el padre de una gran nación.


Posteriormente ya en la tierra de Lacio, se casó con la princesa Lavinia, hija del rey Latino, unión ésta la que es el origen mítico del pueblo romano. Se trata de una figura importante de las leyendas griegas y romanas. Sus hazañas como caudillo del ejército troyano son relatadas en la Ilíada de Homero, y su viaje desde Troya (guiado por Afrodita) que llevó a la fundación de Roma, fue relatado por Virgilio en la Eneida. Causada por el rapto de Helena, mujer de extraordinaria belleza y esposa de Menelao, rey de Esparta, la Guerra de Troya puso en escena a ilustres héroes troyanos, como Héctor, y griegos, como Áyax el Grande, Aquiles y el célebre Odiseo, hijo de Laertes y rey de Ítaca. Eneas se convirtió en el más valeroso de los héroes troyanos, después de Héctor. En los combates que tuvieron lugar durante la Guerra de Troya, se vio auxiliado y favorecido en varias ocasiones por algunos dioses, según cuenta la narración de Homero: fue herido por Diomedes pero su madre Afrodita lo salvó. En la acción posterior la propia Afrodita fue herida por Diomedes. Apolo envolvió a Eneas en una nube y lo transportó a Pérgamo, donde fue curado por Artemisa y por Leto. Posteriormente Eneas estuvo a punto de ser nuevamente herido por Aquiles y fue nuevamente salvado por un dios, Poseidón. En dos poemas perdidos del Ciclo Troyano, se ofrecían versiones diferentes acerca del destino de Eneas tras la caída de Troya: en la Pequeña Ilíada, Eneas fue parte del botín de Neoptólemo, el hijo de Aquiles y, tras la muerte de éste en Delfos, Eneas recobraba su libertad; sin embargo, en la Iliupersis, Eneas lograba escapar. Este último poema debió de constituir una de las fuentes principales de la tradición latina acerca de la fundación de Roma.
En la tradición romana, las aventuras y sucesos posteriores a la guerra de Troya son narrados, entre otros, por el poeta romano Virgilio, que era poeta oficial de Augusto. Cuando Troya cayó en poder de los aqueos gracias a la célebre astucia de Odiseo, Afrodita dijo a su hijo que huyera de la ciudad, que no muriera como un buen troyano, pues Troya ya no existía y para él se había reservado otro futuro. Eneas huyó con su padre Anquises, su esposa Creúsa (a la que tuvo que abandonar por orden de los dioses o, según otra tradición, porque se perdió) y su hijo Iulo (también llamado Ascanio). Entre los compañeros troyanos que huyeron con él, destacaban Acates, Sergeste, Acmón, el corneta Miseno y el médico Iapix. Se llevó también los Lares, los Penates así como, según algunas tradiciones, el Paladio. Eneas se dirigió con su grupo de troyanos en 20 naves a Macedonia. Tras varias escalas, llegó, con solamente 7 naves, a Cartago, donde la reina Dido se enamoró de él.
Pero por orden de Júpiter abandonó Cartago, y por ello la reina se suicidó. Más tarde, cuando Eneas descendió al Averno, trató de hablar con Dido, pero su fantasma se negó a perdonarlo. Las imprecaciones que formula Dido durante la partida de Eneas son reminiscencia de la llegada de Aníbal y de las guerras Púnicas. Luego se dirigió a Sicilia. Allí Eneas fue acogido por Acestes y recogió a uno de los marinos de Odiseo, Aqueménides. Cerca de la costa de Lucania, uno de los hombres de Eneas, Palinuro, se durmió y cayó al agua. Consiguió nadar hasta la playa, pero fue muerto por los lucanios. El monte Palinuro debe su nombre a este personaje.
   

Llegan a Cumas, después de llorar la desaparición de Palinuro. Los teucros se dispersan en busca de provisiones y descanso. Mientras, Eneas emprende camino a la acrópolis de Apolo para hablar con Deífobe, la sibila. Ésta les recibe, y les guía al interior del templo. Allí, la sacerdotisa entra en trance, y después de que Eneas prometa erigir un templo en honor de Apolo, habla el dios. Se le anuncia que llegará a Lavinio, pero que tendrá que luchar largamente, a causa de su matrimonio con una extranjera, antes de reinar sobre esas tierras, y que recibirá ayuda de una ciudad griega. Cuando la sibila termina de hablar, Eneas le pregunta cómo entrar al Averno para encontrar a su padre, que le ha rogado que se vean. 


Ésta le indica que deberá arrancar una rama dorada de un árbol que se halla poco antes de la entrada al Averno como ofrenda para Proserpina, pero que no podrá seguir su camino sin antes honrar la muerte de uno de sus compañeros. Eneas no sabe a quién se refiere, pero al llegar ve tendido y muerto a su amigo Miseno. Cortan troncos para una pira, y Eneas ruega por encontrar la rama dorada. Venus le oye, y con unas palomas le indica el lugar. Coge la rama y termina de celebrar el funeral de Miseno. A continuación realiza los sacrificios exigidos para entrar en el Averno. Con el amanecer, el suelo comienza a temblar, y la sacerdotisa ordena que sólo Eneas entrará con ella en los dominios de Plutón. Pasan por al lado de multitud de monstruos, y llegan al río Aqueronte, donde hallan al barquero Caronte, custodio de las aguas, y donde multitud de almas esperan cruzar el río.
En principio no les deja pasar, pero al ver la rama sagrada, Caronte cede y les deja subir en su barca. Llegan a la otra orilla, y al acercarse al can Cerbero le lanzan una torta somnífera para pasar. Lo rebasan y se alejan del río. Pasan por zonas divididas según la causa de la muerte de sus pobladores, y de repente encuentra a Dido. Intenta disculparse y explicarle las causas de su partida, pero ella hace oídos sordos y vuelve con Siqueo, que por fin la acompaña. Siguen Eneas y la sibila su camino, ven a muchos de los muertos en la guerra de Troya, entre ellos Deífobo, hijo de Príamo, con quien Eneas se para a hablar. La sacerdotisa le avisa de que van mal de tiempo, y siguen andando hacia el Elíseo.
Al llegar a las murallas de Plutón, clavan la rama dorada en la puerta, Eneas se rocía con agua fresca y avanzan, entrando en una región mucho más agradable que las anteriores, donde viven los bienaventurados. Preguntan por Anquises y les indican el camino. Al encontrarle, el padre de Eneas se emociona, y saluda cálidamente a su hijo. Le muestra como su descendencia de Lavinia, la mujer con la que se habrá de casar, dará origen a Silvio, Procas, Numitor a Rómulo, que fundará Roma, y al resto de gobernantes romanos, con sus triunfos y desgracias. Eneas se asombre ante la magnitud del poder que alcanzará Roma. Después, Anquises le muestra a su hijo todo aquello que deberá llevar a cabo si quiere ganar las guerras que más tarde tendrá forzosamente que ganar en el Lacio, mostrándoles detenidamente a sus futuros adversarios, los laurentes, y la ciudad de Latino, de donde procede su mujer, Lavinia. Una vez explicados todos los detalles, Anquises los conduce hasta las puertas del sueño, por donde podrán salir, y se despide de su hijo definitivamente. Eneas, una vez fuera del reino de Plutón, se dirige por el camino más corto hacia el lugar donde habían quedado las naves y sus hombres, y levan anclas. Pegados a la costa, navegan y llegan hasta el puerto de Cayeta. Atracan y bajan a tierra.

Tras celebrar en tierra funerales por la muerte de la nodriza de Eneas, reemprenden la navegación. Rodean, con ayuda de Neptuno, la tierra de Circe, y pronto divisan el reino de los laurentes. El rey Latino, descendiente de Saturno, sólo tiene una hija, Lavinia, a la que los hados le revelan que deberá casar con un pretendiente extranjero, rechazando incluso a Turno, el mejor de los pretendientes. Eneas y sus hombres bajan a tierra, preparan la comida y libaciones para los dioses, pero faltan víveres, y se comen parte de las ofrendas, lo que Ascanio compara con comerse las mesas. Estas palabras hacen recordar a Eneas la profecía de la arpía Celeno, y emocionado anuncia a sus compañeros que por fin han hallado la tierra prometida por los dioses, lo cual es confirmado por una nube dorada que aparece en el cielo. Al día siguiente, mandan cien embajadores a la corte del rey Latino, y el resto de los hombres empiezan a formar y amurallar un campamento. 


Una vez en el palacio, son recibidos por Latino, que les pregunta acerca de sus propósitos al haber llegado a sus tierras, a lo que éstos responden que han venido, tras prolongadas desgracias, en busca de tierras donde establecerse pacíficamente por designio de los dioses, y ofrecen ricos presentes al rey. Ante estas palabras, Latino recuerda el deber de casar a su hija con un extranjero, y acepta las propuestas troyanas, ofreciendo a su hija a Eneas. Los embajadores vuelven para llevar las noticias al campamento. Mientras, Juno descubre a los troyanos, y aunque no puede remediar que reinen sobre los latinos, tratará de ponerle los mayores obstáculos, para lo que pide ayuda a Alecto, diosa infernal, sembradora de pesares. Ésta se dirige en primer lugar hasta la mujer del rey. Le arroja una serpiente, con la que se hace dueña de sus actos, y hace que ruegue a Latino que renuncie a Eneas a favor de Turno. Al no poder convencerle, sale corriendo al bosque, donde esconde a Lavinia. Después vuela hasta el palacio de Turno, y presentándose ante él en forma de anciana, le exhorta a la lucha.
Tras conseguirlo, va en busca de Julo, y altera a sus perros para que devoren a unos cervatillos, propiedad de unos campesinos. Esto enfurece a los pastores y campesinos, que cargan contra los troyanos. Entablan lucha, y son observados por Juno y Alecto desde el cielo, pero Juno teme represalias de Júpiter y envía a la diosa infernal de vuelta a sus dominios. Mientras, los latinos parten hacia el castillo de Latino para pedirle que case a su hija con Turno, y así impedir que se comparta el reino con los troyanos. Latino se niega a hacer nada, pero Juno abre las puertas de la guerra, y toda Ausonia se levanta en armas contra los troyanos. Intervienen en el combate Mecencio y su hijo Lauso al mando de mil guerreros, Aventino con tropas y vestido a la manera hercúlea, los gemelos Catilo y Coras, el rey Céculo junto con una legión aldeana, Mesapo con varios ejércitos, Clauso con un gran ejército, Haleso con mil pueblos, Ebalo, Fuente al mando de los Ecuicolas, Umbrón, Virbio con caballería e infantería. Al frente de todos ellos marcha Turno, al que le sigue una nube de hombres llegados de todas partes. Además de los guerreros de la zona, llega para intervenir en la lucha Camila la guerrera, diestra en el arte de la guerra. Libro VIII Cuando Turno da la señal para que empiece la guerra, todos prestan juramento, y Mesapo, Fuente y Mecencio reclutan tropas de todos lados. Mientras, Eneas cavila sobre cómo resolver el conflicto, y al irse a dormir, se le presenta el dios Tíber, y le anuncia la pronta aparición de la ya predicha cerda blanca con sus treinta lechones que indicará dónde su hijo Ascanio debe fundar la ciudad de Alba Longa. Además le revela que para vencer en la guerra debe dirigirse a Palanteo, ciudad fundada por arcadios y gobernada por Evandro, ya que éstos se hallan en permanente enfrentamiento con los latinos, con quienes establecerá un tratado, ofreciéndose el propio Tíber a remontarles río arriba.

Al llegar la Aurora, Tíber se despide, no sin antes recomendar a Eneas que haga libaciones en honor suyo, y en el de Juno para aplacarla. Con el día, Eneas despierta, y tras reiterar sus promesas de sacrificios al Tíber, halla por fin la cerda blanca con sus lechones, la cual inmolan como sacrificio a Juno. Al llegar la noche, milagrosamente las aguas del río quedan totalmente quietas, de modo que los teucros cogen dos birremes y remontan el río para llegar a la región de los arcadios. Casualmente, cuando llegan, los arcadios estaban celebrando sacrificios en honor de Hércules, por lo que contemplan la llegada de los teucros. Palante, hijo de Evandro, pregunta a los troyanos cuáles son sus propósitos, y Eneas le explica su intención de formar una alianza con Evandro para combatir a los latinos. Palante, impresionado, le lleva hasta su padre. Una vez ante él, Eneas, apelando a antepasados comunes y al odio mutuo contra los latinos, reitera al rey su deseo de una alianza guerrera para hacerles frente. Evandro, que había conocido al padre de Eneas cuando era joven, acepta de buen grado la propuesta de Eneas, y le invitan a un banquete.


No hay comentarios:

Publicar un comentario