En la mitología greco-romana, Eneas (en
griego antiguo Αἰνείας, Aineías, en latín Aeneas) es un héroe de la guerra de
Troya, que tras la caída de la ciudad logró escapar, emprendiendo un viaje que
lo llevaría hasta la tierra de Lacio (en la actual Italia) donde tras una serie
de acontecimientos se convirtió en rey y a la vez en el progenitor del pueblo
romano, pues en esa misma tierra dos de sus descendientes, Rómulo y Remo,
fundarían la ciudad de Roma. Era hijo del príncipe Anquises y de la diosa
Afrodita (Venus en la mitología romana); su padre era además primo del rey
Príamo de Troya. Se casó con Creúsa, una de las hijas de Príamo, con la cual
tuvo un hijo, llamado Ascanio o Iulo; en su huida de la ciudad acompañado de
toda su familia, su esposa murió al quedarse atrás, apareciéndosele tiempo
después como un fantasma para decirle que no se agobiase por su muerte, pues ese
había sido su destino, así como el destino de Eneas sería ser el padre de una
gran nación.
En la tradición romana,
las aventuras y sucesos posteriores a la guerra de Troya son narrados, entre
otros, por el poeta romano Virgilio, que era poeta oficial de Augusto. Cuando
Troya cayó en poder de los aqueos gracias a la célebre astucia de Odiseo, Afrodita
dijo a su hijo que huyera de la ciudad, que no muriera como un buen troyano,
pues Troya ya no existía y para él se había reservado otro futuro. Eneas huyó
con su padre Anquises, su esposa Creúsa (a la que tuvo que abandonar por orden
de los dioses o, según otra tradición, porque se perdió) y su hijo Iulo
(también llamado Ascanio). Entre los compañeros troyanos que huyeron con él,
destacaban Acates, Sergeste, Acmón, el corneta Miseno y el médico Iapix. Se
llevó también los Lares, los Penates así como, según algunas tradiciones, el
Paladio. Eneas se dirigió con su grupo de troyanos en 20 naves a Macedonia.
Tras varias escalas, llegó, con solamente 7 naves, a Cartago, donde la reina
Dido se enamoró de él.
Pero por orden de
Júpiter abandonó Cartago, y por ello la reina se suicidó. Más tarde, cuando
Eneas descendió al Averno, trató de hablar con Dido, pero su fantasma se negó a
perdonarlo. Las imprecaciones que formula Dido durante la partida de Eneas son
reminiscencia de la llegada de Aníbal y de las guerras Púnicas. Luego se dirigió
a Sicilia. Allí Eneas fue acogido por Acestes y recogió a uno de los marinos de
Odiseo, Aqueménides. Cerca de la costa de Lucania, uno de los hombres de Eneas,
Palinuro, se durmió y cayó al agua. Consiguió nadar hasta la playa, pero fue
muerto por los lucanios. El monte Palinuro debe su nombre a este personaje.
Llegan a Cumas, después de llorar la desaparición de Palinuro. Los teucros se dispersan en busca de provisiones y descanso. Mientras, Eneas emprende camino a la acrópolis de Apolo para hablar con Deífobe, la sibila. Ésta les recibe, y les guía al interior del templo. Allí, la sacerdotisa entra en trance, y después de que Eneas prometa erigir un templo en honor de Apolo, habla el dios. Se le anuncia que llegará a Lavinio, pero que tendrá que luchar largamente, a causa de su matrimonio con una extranjera, antes de reinar sobre esas tierras, y que recibirá ayuda de una ciudad griega. Cuando la sibila termina de hablar, Eneas le pregunta cómo entrar al Averno para encontrar a su padre, que le ha rogado que se vean.
En principio no les deja
pasar, pero al ver la rama sagrada, Caronte cede y les deja subir en su barca.
Llegan a la otra orilla, y al acercarse al can Cerbero le lanzan una torta
somnífera para pasar. Lo rebasan y se alejan del río. Pasan por zonas divididas
según la causa de la muerte de sus pobladores, y de repente encuentra a Dido.
Intenta disculparse y explicarle las causas de su partida, pero ella hace oídos
sordos y vuelve con Siqueo, que por fin la acompaña. Siguen Eneas y la sibila
su camino, ven a muchos de los muertos en la guerra de Troya, entre ellos
Deífobo, hijo de Príamo, con quien Eneas se para a hablar. La sacerdotisa le
avisa de que van mal de tiempo, y siguen andando hacia el Elíseo.
Al llegar a las murallas
de Plutón, clavan la rama dorada en la puerta, Eneas se rocía con agua fresca y
avanzan, entrando en una región mucho más agradable que las anteriores, donde
viven los bienaventurados. Preguntan por Anquises y les indican el camino. Al
encontrarle, el padre de Eneas se emociona, y saluda cálidamente a su hijo. Le
muestra como su descendencia de Lavinia, la mujer con la que se habrá de casar,
dará origen a Silvio, Procas, Numitor a Rómulo, que fundará Roma, y al resto de
gobernantes romanos, con sus triunfos y desgracias. Eneas se asombre ante la
magnitud del poder que alcanzará Roma. Después, Anquises le muestra a su hijo
todo aquello que deberá llevar a cabo si quiere ganar las guerras que más tarde
tendrá forzosamente que ganar en el Lacio, mostrándoles detenidamente a sus
futuros adversarios, los laurentes, y la ciudad de Latino, de donde procede su
mujer, Lavinia. Una vez explicados todos los detalles, Anquises los conduce
hasta las puertas del sueño, por donde podrán salir, y se despide de su hijo
definitivamente. Eneas, una vez fuera del reino de Plutón, se dirige por el
camino más corto hacia el lugar donde habían quedado las naves y sus hombres, y
levan anclas. Pegados a la costa, navegan y llegan hasta el puerto de Cayeta.
Atracan y bajan a tierra.
Tras celebrar en tierra funerales por la
muerte de la nodriza de Eneas, reemprenden la navegación. Rodean, con ayuda de
Neptuno, la tierra de Circe, y pronto divisan el reino de los laurentes. El rey
Latino, descendiente de Saturno, sólo tiene una hija, Lavinia, a la que los
hados le revelan que deberá casar con un pretendiente extranjero, rechazando
incluso a Turno, el mejor de los pretendientes. Eneas y sus hombres bajan a
tierra, preparan la comida y libaciones para los dioses, pero faltan víveres, y
se comen parte de las ofrendas, lo que Ascanio compara con comerse las mesas.
Estas palabras hacen recordar a Eneas la profecía de la arpía Celeno, y
emocionado anuncia a sus compañeros que por fin han hallado la tierra prometida
por los dioses, lo cual es confirmado por una nube dorada que aparece en el
cielo. Al día siguiente, mandan cien embajadores a la corte del rey Latino, y
el resto de los hombres empiezan a formar y amurallar un campamento.
Una vez en el palacio, son recibidos por
Latino, que les pregunta acerca de sus propósitos al haber llegado a sus
tierras, a lo que éstos responden que han venido, tras prolongadas desgracias,
en busca de tierras donde establecerse pacíficamente por designio de los
dioses, y ofrecen ricos presentes al rey. Ante estas palabras, Latino recuerda
el deber de casar a su hija con un extranjero, y acepta las propuestas
troyanas, ofreciendo a su hija a Eneas. Los embajadores vuelven para llevar las
noticias al campamento. Mientras, Juno descubre a los troyanos, y aunque no
puede remediar que reinen sobre los latinos, tratará de ponerle los mayores
obstáculos, para lo que pide ayuda a Alecto, diosa infernal, sembradora de
pesares. Ésta se dirige en primer lugar hasta la mujer del rey. Le arroja una
serpiente, con la que se hace dueña de sus actos, y hace que ruegue a Latino
que renuncie a Eneas a favor de Turno. Al no poder convencerle, sale corriendo
al bosque, donde esconde a Lavinia. Después vuela hasta el palacio de Turno, y
presentándose ante él en forma de anciana, le exhorta a la lucha.
Tras conseguirlo, va en
busca de Julo, y altera a sus perros para que devoren a unos cervatillos,
propiedad de unos campesinos. Esto enfurece a los pastores y campesinos, que
cargan contra los troyanos. Entablan lucha, y son observados por Juno y Alecto
desde el cielo, pero Juno teme represalias de Júpiter y envía a la diosa
infernal de vuelta a sus dominios. Mientras, los latinos parten hacia el
castillo de Latino para pedirle que case a su hija con Turno, y así impedir que
se comparta el reino con los troyanos. Latino se niega a hacer nada, pero Juno
abre las puertas de la guerra, y toda Ausonia se levanta en armas contra los
troyanos. Intervienen en el combate Mecencio y su hijo Lauso al mando de mil
guerreros, Aventino con tropas y vestido a la manera hercúlea, los gemelos
Catilo y Coras, el rey Céculo junto con una legión aldeana, Mesapo con varios
ejércitos, Clauso con un gran ejército, Haleso con mil pueblos, Ebalo, Fuente
al mando de los Ecuicolas, Umbrón, Virbio con caballería e infantería. Al
frente de todos ellos marcha Turno, al que le sigue una nube de hombres
llegados de todas partes. Además de los guerreros de la zona, llega para
intervenir en la lucha Camila la guerrera, diestra en el arte de la guerra.
Libro VIII Cuando Turno da la señal para que empiece la guerra, todos prestan
juramento, y Mesapo, Fuente y Mecencio reclutan tropas de todos lados.
Mientras, Eneas cavila sobre cómo resolver el conflicto, y al irse a dormir, se
le presenta el dios Tíber, y le anuncia la pronta aparición de la ya predicha
cerda blanca con sus treinta lechones que indicará dónde su hijo Ascanio debe
fundar la ciudad de Alba Longa. Además le revela que para vencer en la guerra
debe dirigirse a Palanteo, ciudad fundada por arcadios y gobernada por Evandro,
ya que éstos se hallan en permanente enfrentamiento con los latinos, con
quienes establecerá un tratado, ofreciéndose el propio Tíber a remontarles río
arriba.
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