jueves, 22 de septiembre de 2016

El Cid Campeador


Con sus ojos muy grandemente llorando
tornaba la cabeza y estábalos mirando:
vio las puertas abiertas, los postigos sin candado,
las perchas vacías sin pieles y sin mantos
y sin halcones y sin azores mudados.
Suspiró mío Cid triste y apesadumbrado.
Habló mío Cid y dijo resignado:
«¡Loor a ti, señor Padre, que estás en lo alto!
Esto me han urdido mis enemigos malos».
Ya cabalgan aprisa, ya aflojan las riendas.
Mío Cid Ruy Díaz por Burgos entróve,
van en su compañía sesenta pendones;
salen a verlo mujeres y varones,
burgueses y burguesas a las ventanas se ponen,
llorando de los ojos, ¡tan grande era su dolor!
De las sus bocas todos decían una razón
«¡Dios, qué buen vasallo, si tuviese buen señor!»
Al salir de Vivar, tuvieron la corneja diestra,
y entrando en Burgos, tuvieron la siniestra.
El Cid se encogió de hombros y meneó la cabeza:
«¡Albricias, Álvar Fáñez, que si ahora nos destierran
con muy gran honra tornaremos a Castiella!»
Por Castiella se va oyendo el pregón,
cómo se va de tierra mío Cid el Campeador;
unos dejan casas y otros, honor.
En ese día en el puente de Arlanzón
ciento quince caballeros todos juntados son;
todos demandan por mío Cid el Campeador.

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