Los Doce Trabajos de Hércules
Primer Trabajo: El León de Nemea
El primer trabajo que Euristeo impuso a Heracles fue dar muerte al león de
Nemea, hijo de los monstruos Ortro y Equidna, fiera temible cuya piel era
invulnerable a toda clase de armas. Heracles intentó matarlo con una maza pero
sólo logró asustarlo, el león se introdujo en su cueva y Hércules lo siguió y
luchó con la fiera cuerpo a cuerpo, estrangulándola. Presentó el cadáver del
animal a Euristeo, quien, asombrado y aterrorizado, le prohibió que volviera a
entrar jamás en la ciudad; en adelante debía exhibir los frutos de sus trabajos
ante las puertas de Micenas. Euristeo ordenó a sus herreros que le fabricasen
una jarra de bronce que escondió bajo tierra. En adelante, siempre que se
anunciaba la llegada de Heracles, se refugiaba en ella y enviaba sus órdenes
por medio de un heraldo. Utilizando las garras del león, Hércules lo despellejó
y llevó a partir de entonces su piel invulnerable como armadura, y su cabeza
como casco. El león de Nemea, tras su muerte, se convirtió en la constelación
Leo. Segundo trabajo: La Hidra de Lerna


Cuarto Trabajo: El Jabalí de Erimanto Euristeo ordenó a Heracles que capturase
vivo a un enorme jabalí que vivía en los bosques de Erimanto y que causaba
estragos en los campos que rodeaban Psófide. De camino hacia Erimanto, Heracles
hizo una parada para visitar a su amigo el centauro Folo, quien compartió con
él su comida y su vino. Pero los otros centauros, al oler el vino que estaba
especialmente reservado para ellos, montaron en cólera y atacaron a Hércules,
quien los rechazó primero con teas y luego con sus flechas envenenadas, dando
muerte a varios de ellos y poniendo en fuga a los demás. Mientras Hércules
enterraba a sus víctimas Folo sacó una de las flechas de Heracles y la examinó,
asombrado de que algo tan pequeño pudiese dar muerte a criaturas tan
formidables. La flecha se le cayó y lo hirió en un pie, matándolo. Hércules enterró
a su amigo con excepcionales honras fúnebres al pie de la montaña que tomó su
nombre, y prosiguió en busca del jabalí. Hércules persiguió a la bestia durante
horas, llevándolo hasta una zona cubierta de nieve donde saltó sobre su lomo y
lo ató con cadenas, llevándoselo sobre sus hombros a Micenas. Los colmillos del
jabalí de Erimanto se conservaron en el templo de Apolo en Cumas.

Sexto Trabajo: Las Aves del Lago Estínfalo Hércules recibió de Euristeo la
orden de expulsar del lago Estínfalo a ciertos pájaros comedores de hombres y
ganado que tenían picos, alas y garras de bronce y cuyos excrementos venenosos
arruinaban los cultivos. Heracles no podía ahuyentar a las aves con sus
flechas, pues eran demasiado numerosos. Atenea le entregó un par de címbalos de
bronce, que Hércules agitó con fuerza produciendo tal estruendo que las aves,
enloquecidas de terror, alzaron el vuelo. Muchas de ellas fueron derribadas por
las flechas de Hércules, y las restantes huyeron hacia la isla de Ares en el
Mar Negro, donde fueron encontradas años después por los Argonautas.
Séptimo Trabajo: El Toro de Creta El rey cretense Minos había prometido a
Poseidón sacrificar en su honor un hermoso toro. Minos incumplió su promesa y
Poseidón, como venganza, volvió loco al animal e hizo que Pasífae, esposa de
Minos, se aparease con él, concibiendo al Minotauro. El toro, que arrojaba
llamas por la boca, recorría la isla destrozándolo todo a su paso. Euristeo
ordenó a Hércules que capturase al toro. Tras una ardua lucha, Hércules doblegó
al monstruo y lo llevó vivo a Micenas, donde Euristeo quiso consagrarlo a Hera,
quien rechazó el regalo. El toro fue puesto en libertad, atravesó la Argólide,
cruzó el istmo de Corinto y se quedó en la llanura de Maratón, donde
posteriormente lo encontraría Teseo. Octavo trabajo: Las Yeguas de Diomedes
El Octavo Trabajo impuesto por Euristeo consistía en capturar las cuatro yeguas
comedoras de hombres del rey tracio Diomedes. Este las tenía atadas con
cadenas, y las alimentaba con la carne de sus inocentes huéspedes. Hércules
partió hacia Tracia con un grupo de voluntarios; tras derrotar a los hombres de
Diomedes Hércules arrojó el cuerpo de éste, todavía con vida, a sus yeguas,
quienes tras devorarlo se volvieron tan mansas que el héroe pudo uncirlas al
carro de Diomedes y llevárselas a Micenas, donde fueron consagradas a Hera.
Durante la lucha las yeguas devoraron a Abdero, amigo de Hércules, quien había
quedado encargado de custodiarlas. Hércules fundó en su honor la ciudad de
Abdera.

Décimo Trabajo: Los Bueyes de Geriones Para realizar su décimo trabajo,
Hércules tuvo que viajar a los confines del mundo. Euristeo le ordenó que le
trajese el ganado del monstruo Geriones, quien tenía tres cabezas, seis brazos
y seis piernas y cuya fuerza era extraordinaria. Geriones vivía en la isla de
Eriteya, en el extremo occidente, más allá del río Océano, sus rebaños pastaban
cerca de los de Hades y estaban al cuidado del pastor Euritión y del perro
Ortro, monstruo bicéfalo hermano de Cerbero, el guardián de los infiernos. Al
llegar a Tartesos, en el estrecho que separaba Europa de la antigua Libia (el
actual Estrecho de Gibraltar) Hércules, para conmemorar su largo viaje, levantó
dos columnas, una en Europa y otra en África. Helio brillaba sobre Hércules y
éste, enfadado por el intenso calor que le impedía trabajar, disparó una flecha
al dios, quien protestó malhumorado. Hércules se disculpó por su acción y
destensó su arco, Helio ofreció entonces a Hércules la copa de oro que le
servía para trasladarse cada noche del occidente al oriente, en la que Heracles
navegó hasta la isla de Eriteya. Al llegar a la isla el perro Ortro y el pastor
Euritión se abalanzaron sobre el héroe, quien los mató de un mazazo. Avisado
por el pastor de Hades, Geriones alcanzó a Hércules y lo obligó a luchar,
siendo traspasado por sus flechas. Seguidamente Hércules embarcó el ganado en
la copa de Helio y se dirigió de nuevo a Tartesos para devolvérsela. Luego,
continuó su camino bordeando las costas mediterráneas, donde hubo de defender
varias veces su botín de los ataques de los ladrones de ganado. En Italia vivió
numerosas aventuras; al pasar por Liguria fueron tantos sus asaltantes que
agotó todas sus flechas y tuvo que dirigir una plegaria a Zeus para que le
enviase una lluvia de piedras, gracias a las cuales pudo librarse de sus
enemigos. Al llegar a Micenas Hércules entregó el ganado a Euristeo, quien lo
sacrificó en honor a Hera.


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