jueves, 22 de septiembre de 2016

Cornelia Madre de los Gracos



Cornelia Africana fue una de las matronas romanas más queridas y respetadas. Era hija de Publio Cornelio Escipión el Africano, uno de los más grandes héroes militares de Roma, y su madre era hermana de Lucio Emilio Paulo, el conquistador de Macedonia. A los 18 años, fue casada con Tiberio Sempronio Graco, miembro de una de las familias nobles más antiguas, que fue cónsul en el 177 antes de Cristo, censor en el 169 y cónsul nuevamente en el 163. Pese a que Tiberio Graco le llevaba varios años a Cornelia, su matrimonio fue muy feliz. Ella le dio nada más y nada menos que 12 hijos, a quienes cuidó con cariño y devoción y educó personalmente (algo para lo cual estaba perfectamente capacitada, pues era una mujer muy culta, al igual que su padre). El matrimonio terminó cuando, según una versión recogida por Plutarco, dos pequeños dragones -macho y hembra- fueron hallados en la cama de Tiberio y Cornelia. Al consultar a los augures, ellos dijeron que los dioses deseaban la muerte de uno de los cónyuges, y que uno de los dragones debía ser por ende sacrificado: si mataban al macho, Tiberio moriría, y si mataban a la hembra, Cornelia moriría. 


Tiberio decidió matar al macho, pues consideraba que la vida de su joven esposa era mucho más valiosa que la suya. Así, Tiberio Sempronio Graco murió en el 154.Cornelia aceptó la viudez con dignidad y se entregó por completo a la crianza de sus doce hijos, lo cual no evitó que nueve de ellos siguieran a su padre a la tumba. Sólo llegaron a la adultez dos hijos, Tiberio y Cayo, y una hija, Sempronia. Recibió varias ofertas matrimoniales, incluyendo una del mismísimo rey Tolomeo VIII de Egipto, pero las rechazó todas.

Una anécdota famosa cuenta que, en una reunión con sus amigas, una de ellas le preguntó a Cornelia por qué se vestía con tanta modestia y nunca llevaba joyas. Cornelia entonces salió de la habitación y volvió a entrar llevando a sus hijos. Los señaló y dijo "Ellos son mis joyas". Al crecer, las carreras políticas de Tiberio y Cayo Graco fueron girando cada vez más hacia la facción popular. Las luchas entre los populares y los conservadores llevaron a ambos hermanos a ser asesinados en el 132 y en el 121 respectivamente. La pérdida de sus últimos dos hijos no destruyó a Cornelia, como todos en Roma esperaban. Ella se limitó a trasladarse a una villa en Miseno, donde formó una corte de intelectuales y artistas. Plutarco cuenta que era capaz de narrar con toda tranquilidad las hazañas de su padre y de sus hijos, sin llorar por ellos, como si estuviera hablando de héroes mitológicos. Allí murió pacíficamente en el 100 antes de Cristo; para honrarla, el Senado le levantó una estatua, un honor inédito para una mujer romana en el período republicano (más adelante, bajo el Imperio, fue común que las mujeres de los emperadores recibieran ese honor).


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