jueves, 22 de septiembre de 2016

La Conquista del Everest


Los pares del reino aguardaban el momento de encaminarse a la abadía de Westminster para asistir a la coronación de la reina Isabel 11, mas al parecer prestaban mayor atención a un titular del diario The Times, de Londres, que a la pompa que los rodeaba. Lo que tanto les cautivaba, esa mañana de junio de 1953, era la sensacional noticia de que el Everest, el monte inaccesible, acababa de ser conquistado, y por montañistas ingleses. Tan gloriosa empresa, concluida precisamente la víspera de la coronación de la joven soberana, parecía el digno heraldo de una segunda edad isabelina. El Everest, con sus 8848 m de altitud, es la montaña más alta del mundo. En la región, este pico del Himalaya, al que los ingleses dieron el nombre de Everest en honor del topógrafo de la India del siglo XIX que midió por primera vez su altitud, es más conocido por Chomolungma, o "Diosa Madre del Mundo". Chomolungma se alza entre el Tíbet y Nepal, y, flanqueado por otras cimas inmensas, aparece inconquistable e inaccesible. "En primer lugar, sería necesario encontrar la montaña", decía el alpinista inglés George Mallory, antes de su precursora expedición de 1921. Mallory encontró el Everest, pero en 1924 perdió la vida en su intento de escalarlo. En el curso de los tres decenios siguientes, no menos de otras nueve expediciones debieron declararse vencidas por las aterradoras dificulta des que presenta: abruptas paredes de roca, gruesas capas de nieve en polvo, furiosas ventiscas, un frío cruel y penetrante, y una altitud tal que los pulmones no pueden soportarla.
A pesar de ello, cuando la Roya] Geographical Society y el Club Alpino designaron al coronel Johíi Hunt, de 42 años, para que capitanease la expedición británica de 1953 al monte Everest, centenares de montañistas le ofrecieron sus servicios. De ellos, diez fueron aceptados: Charles Evans, cirujano del cerebro, hombre pelirrojo de 33 años de edad; Charles Wylie, de 32, silencioso militar; Alfred Gregory, de 39, agente viajero, hombre atildado y de corta estatura; Wilfrid Noycc, de 34, tímido maestro de escuela; Tom Bourdillon, de 28, físico corpulento pero ágil; Michacl Westmacott, de 27, especialista en estadísticas y dueño de una insuperable técnica montañista; y George Band, de 23, que fue presidente del Club de Alpinismo de la Universidad de Cambridge y a quien Hunt consideraba "el moiitañista más brillante de Inglaterra". Hunt, que necesitaba hombres con experiencia en la nieve y el hielo, tuvo que buscar a los tres últimos expedicionarios fuera de las Islas Británicas. 

Dos neozelandeses satisfacían los requisitos: George Lowe, de 28 años de edad, hombre larguirucho y de vigor casi sobrehumano; y Edmund Hillary, de 33, soltero, apicultor en Auckland, de casi dos metros de estatura, que calzaba enormes botas y que, según decía, practicaba el montañismo "por mera diversión". Luego se les agregó un veterano de cinco expediciones anteriores al Everest: Tensing Norkay, de 39 años, individuo de la tribu sherpa del Himalaya; aunque no sabía leer ni escribir, mostraba el aire inconfundible del hombre que sabe lo que vale. Mientras los demás componentes del equipo se ejercitaban en Gales y en Nueva Zelanda, Tensing subía y bajaba los cerros cercanos a su casa de la India, cargado con una mochila llena de piedras. "Esta vez lo voy a lograr", se juraba en silencio. "O lo hago o me muero."

Durante la primera semana de marzo de 1953, los expedicionarios del Everest se reunieron en Katmandú, ciudad de templos y palacios situada en el boscoso valle de Nepal. Allí, se les agregaron Tensing y un médico, un fisiólogo, un camarógrafo y un corresponsal del Times de Londres, diario que había adquirido derechos exclusivos para publicar la crónica de la ascensión. Llegado el 10 de marzo, la expedición había emprendido la marcha de 270 km hacia el este, hacia el primer campamento base, establecido en el monasterio de Thyangboche. Engrosaban ya sus filas un grupo de sherpas experimentados, hechos a trabajar a grandes altitudes, y 350 porteadores entre los que se contaban algunas mujeres, que constituían un bullicioso complemento. Los montañistas de Hunt cruzaron el valle cubierto por las rojas flores del rododendro. Luego iniciaron el sinuoso ascenso de las montañas, doblaron hacia el norte y atravesaron Namcha Barwa, la pequeña capital de los sherpas.

Un poco más arriba, a 4100 m, se alzaba el santuario budista de Thyangboche. En este punto, Hunt y sus compañeros armaron 20 tiendas de campaña. El monasterio, vasto edificio coronado por una perilla de oro, se levantaba entre campos de azules primaveras y bosques de enebro. Alrededor vagaban faisanes, perdices y almizcleros. Los monjes dedicaban el tiempo a destilar un licor de arroz con aroma de clavo, conocido como leche del lama, y a adorar a los dioses que habitan el Chomolungma. La cima del Everest se avistaba desde una eminencia y de su silueta triangular se levantaba una nube de nieve en polvo como un penacho de plumas. Dio comienzo entonces un periodo de riguroso entrenamiento y aclimatación que duraría tres semanas. A medida que los expedicionarios se aventuraban a alturas cada vez mayores, sus pulmones se expandían, se les tensaban los músculos, preparándose al asalto de la pared meridional de la montaña gigantesca. Los siete rasgos topográficos de esta pared les eran bien conocidos: el glaciar de Khumbu, ondulado y cubierto de morenas; la escarpada Cascada de Hielo; el Circo Occidental, valle de hielo entre el Everest y el Lhotse; la pared de éste, aterradora, casi vertical; el ventoso Collado del Sur, de 8000 m; el Pico del Sur, que se eleva a 8748; y, por último, la inmaculada cresta que lleva hasta la cumbre y que sólo se conocía por algunas fotografías aéreas.

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