Tamerlán (del persa Timür-i lang; Timur el Cojo), Tamorlán, Timur Lang, Timur Lenk o simplemente Timur (más correctamente, Temür, su nombre turco de acuerdo con la grafía moderna) fue un conquistador, líder militar y político turco-mongol,2 el último de los grandes conquistadores nómadas del Asia Central. Se le da por nacido en Kesh, Transoxiana, Asia Central, el 10 de abril de 1336 (25 Ša'bān, 736) aunque fecha y lugar son casi con certeza inventados y su nacimiento debería ubicarse entre finales de la década de 1320 y comienzos de la de 1330, posiblemente en Samarcanda.3 Murió en Otrar, de camino a China, a la que tenía intención de conquistar, el atardecer del 17 de febrero de 1405 (17 Ša'bān, 807).
En poco más de dos décadas, este noble musulmán de origen turco y mongol conquistó ocho millones de kilómetros cuadrados de Eurasia.4 Entre 1382 y 1405 sus grandes ejércitos atravesaron desde Delhi a Moscú, desde la cordillera Tian Shan del Asia Central hasta los montes Tauro de Anatolia, conquistando y reconquistando, arrasando algunas ciudades y perdonando a otras. Su fama se extendió por Europa, donde durante siglos fue una figura novelesca y de terror, mientras que para aquellos involucrados más directamente en su trayectoria su memoria, siete siglos después, permanece aún fresca, ya sea como destructor de ciudades del Medio Oriente o como el último gran representante del poder nómada. En Samarcanda Temür lleva a cabo un gran kuriltai, justificado en la elección de un nuevo kan títere para suceder a Muhmād Qan b. Soyurghatmish, fallecido en 1402 (805). A él asisten numerosas embajadas, incluyendo la de China y la de Ruy González de Clavijo, enviado de Enrique III de Castilla. Después de unos pocos meses en la capital, comienza los preparativos para la hazaña más grande: una campaña contra China. Reúne un enorme ejército y grandes cantidades de suministros, y a fines del otoño de 1404 (807) se dirige a Utrar, donde planeaba invernar.
Allí moriría el 19 de enero de 1405 (807) a causa de una enfermedad. Su cuerpo fue retornado a Samarcanda y enterrado en el mausoleo de Gur-e Amir. Un equipo arqueológico soviético encabezado por Mijaíl Gerásimov (М. М. Герасймов) exhumó su cuerpo el 22 de junio de 1941. Reconstruyó su rostro y halló que, efectivamente, era cojo y singularmente alto y fornido para su tiempo (1,72 m de altura). En cuanto a la supuesta maldición que protegía el eterno descanso de Temür, cabe destacar como dato anecdótico que la fecha de su exhumación coincide con el comienzo de la Operación Barbarroja. No obstante el extraordinario poder que alcanzara, Temür no logró establecer una estructura de gobierno que lo sobreviviera. En parte, esto se debe a su propia política de no delegar responsabilidades en sus descendientes (los Timúridas) ni en sus comandantes militares, justificada en la necesidad de evitar el surgimiento de potenciales rivales.
A su muerte, su nieto y sucesor escogido Pīr Muhammad b. Jahāngīr fue incapaz de sostener su derecho contra los desafíos de otros príncipes, y ninguno de los descendientes de Temür pudo lograr la completa lealtad siquiera de sus propias tropas. La guerra de sucesión resultante fue inusualmente larga y destructiva, y condujo a una dinastía política y económicamente débil. Temür fue un político y estratega capaz de ganar y mantener la lealtad de sus seguidores nómadas, operar dentro de una estructura política fluida, modificarla, y conducir un enorme ejército a conquistas sin parangón. Y si bien estas habilidades pueden surgir de las sutilezas de las luchas por el poder político tribal que preceden a la mayoría de las conquistas nómadas, también se mostró singularmente apto para gobernar sobre las tierras árabes y persas que conquistó. Aunque castigó a las ciudades recalcitrantes e impuso ruinosos rescates a las ciudades que se le sometieron sin lucha, mostró un claro entendimiento del valor del comercio y de la agricultura y tomó medidas para promoverlos, empleando sus tropas para restaurar las áreas y ciudades que habían arrasado. Fue también hábil en la manipulación de los símbolos culturales establecidos utilizándolos en la construcción de edificios públicos para mostrar su grandeza, y la religión para justificar sus conquistas y su gobierno.5 No sabía leer ni escribir y sin embargo las historias de su tiempo dan cuenta de sus conocimientos de medicina, astronomía e historia de los árabes, los persas y los turcos. Si bien puede esperarse que las historias de los cronistas de su corte presenten una pintura favorables de sus capacidades intelectuales, éstas pueden corroborarse al menos con una fuente independiente: la autobiografía de Ibn Jaldún, quien encontró a Temür después del sitio de Damasco en 1400-1, y que destaca su notable inteligencia y su afición por la argumentación.
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