martes, 5 de marzo de 2013

El Triunfo de Eneas

Tras celebrar en tierra funerales por la muerte de la nodriza de Eneas, reemprenden la navegación. Rodean, con ayuda de Neptuno, la tierra de Circe, y pronto divisan el reino de los laurentes. El rey Latino, descendiente de Saturno, sólo tiene una hija, Lavinia, a la que los hados le revelan que deberá casar con un pretendiente extranjero, rechazando incluso a Turno, el mejor de los pretendientes. Eneas y sus hombres bajan a tierra, preparan la comida y libaciones para los dioses, pero faltan víveres, y se comen parte de las ofrendas, lo que Ascanio compara con comerse las mesas. Estas palabras hacen recordar a Eneas la profecía de la arpía Celeno, y emocionado anuncia a sus compañeros que por fin han hallado la tierra prometida por los dioses, lo cual es confirmado por una nube dorada que aparece en el cielo. Al día siguiente, mandan cien embajadores a la corte del rey Latino, y el resto de los hombres empiezan a formar y amurallar un campamento.
Una vez en el palacio, son recibidos por Latino, que les pregunta acerca de sus propósitos al haber llegado a sus tierras, a lo que éstos responden que han venido, tras prolongadas desgracias, en busca de tierras donde establecerse pacíficamente por designio de los dioses, y ofrecen ricos presentes al rey. Ante estas palabras, Latino recuerda el deber de casar a su hija con un extranjero, y acepta las propuestas troyanas, ofreciendo a su hija a Eneas. Los embajadores vuelven para llevar las noticias al campamento. Mientras, Juno descubre a los troyanos, y aunque no puede remediar que reinen sobre los latinos, tratará de ponerle los mayores obstáculos, para lo que pide ayuda a Alecto, diosa infernal, sembradora de pesares. Ésta se dirige en primer lugar hasta la mujer del rey. Le arroja una serpiente, con la que se hace dueña de sus actos, y hace que ruegue a Latino que renuncie a Eneas a favor de Turno. Al no poder convencerle, sale corriendo al bosque, donde esconde a Lavinia. Después vuela hasta el palacio de Turno, y presentándose ante él en forma de anciana, le exhorta a la lucha.
Tras conseguirlo, va en busca de Julo, y altera a sus perros para que devoren a unos cervatillos, propiedad de unos campesinos. Esto enfurece a los pastores y campesinos, que cargan contra los troyanos. Entablan lucha, y son observados por Juno y Alecto desde el cielo, pero Juno teme represalias de Júpiter y envía a la diosa infernal de vuelta a sus dominios. Mientras, los latinos parten hacia el castillo de Latino para pedirle que case a su hija con Turno, y así impedir que se comparta el reino con los troyanos. Latino se niega a hacer nada, pero Juno abre las puertas de la guerra, y toda Ausonia se levanta en armas contra los troyanos. Intervienen en el combate Mecencio y su hijo Lauso al mando de mil guerreros, Aventino con tropas y vestido a la manera hercúlea, los gemelos Catilo y Coras, el rey Céculo junto con una legión aldeana, Mesapo con varios ejércitos, Clauso con un gran ejercito, Haleso con mil pueblos, Ebalo, Fuente al mando de los Ecuicolas, Umbrón, Virbio con caballería e infantería. Al frente de todos ellos marcha Turno, al que le sigue una nube de hombres llegados de todas partes. Además de los guerreros de la zona, llega para intervenir en la lucha Camila la guerrera, diestra en el arte de la guerra. Libro VIII Cuando Turno da la señal para que empiece la guerra, todos prestan juramento, y Mesapo, Fuente y Mecencio reclutan tropas de todos lados. Mientras, Eneas cavila sobre cómo resolver el conflicto, y al irse a dormir, se le presenta el dios Tíber, y le anuncia la pronta aparición de la ya predicha cerda blanca con sus treinta lechones que indicará dónde su hijo Ascanio debe fundar la ciudad de Alba Longa. Además le revela que para vencer en la guerra debe dirigirse a Palanteo, ciudad fundada por arcadios y gobernada por Evandro, ya que éstos se hallan en permanente enfrentamiento con los latinos, con quienes establecerá un tratado, ofreciéndose el propio Tíber a remontarles río arriba.
Al llegar la Aurora, Tíber se despide, no sin antes recomendar a Eneas que haga libaciones en honor suyo, y en el de Juno para aplacarla. Con el día, Eneas despierta, y tras reiterar sus promesas de sacrificios al Tíber, halla por fin la cerda blanca con sus lechones, la cual inmolan como sacrificio a Juno. Al llegar la noche, milagrosamente las aguas del río quedan totalmente quietas, de modo que los teucros cogen dos birremes y remontan el río para llegar a la región de los arcadios. Casualmente, cuando llegan, los arcadios estaban celebrando sacrificios en honor de Hércules, por lo que contemplan la llegada de los teucros. Palante, hijo de Evandro, pregunta a los troyanos cuáles son sus propósitos, y Eneas le explica su intención de formar una alianza con Evandro para combatir a los latinos. Palante, impresionado, le lleva hasta su padre. Una vez ante él, Eneas, apelando a antepasados comunes y al odio mutuo contra los latinos, reitera al rey su deseo de una alianza guerrera para hacerles frente. Evandro, que había conocido al padre de Eneas cuando era joven, acepta de buen grado la propuesta de Eneas, y le invitan a un banquete.

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