Ni un hombre vigoroso, disparando su flecha desde la cóncava nave, podría alcanzar la hueca gruta. Allí habita Escila, que aúlla que da miedo: su voz es en verdad tan aguda como la de un cachorro recién nacido, y es un monstruo maligno. Nadie se alegraría de verla, ni un dios que le diera cara. Doce son sus pies, todos deformes, y seis sus largos cuellos; en cada uno hay una espantosa cabeza y en ella tres filas de dientes apiñados y espesos, llenos de negra muerte. De la mitad para abajo está escondida en la hueca gruta, pero tiene sus cabezas sobresaliendo fuera del terrible abismo, y allí pesca explorándolo todo alrededor del escollo , por si consigue apresar delfines o perros marinos, o incluso algún monstruo mayor de los que cría a miles la gemidora Anfitrite. Nunca se precian los marineros de haberlo pasado de largo incólumes con la nave, pues arrebata con cada cabeza a un hombre de la nave de oscura proa y se lo lleva. «"También verás, Odiseo, otro escollo más llano cerca uno de otro . Harías bien en pasar por él como una flecha. En éste hay un gran cabrahigo cubierto de follaje y debajo de él la divina Caribdis sorbe ruidosamente la negra agua.
Tres veces durante el día la suelta y otras tres vuelve a soberla que da miedo. ¡Ojalá no te encuentres allí cuando la está sorbiendo, pues no te libraría de la muerte ni el que sacude la tierra! Conque acércate, más bien, con rapidez al escollo de Escila y haz pasar de largo la nave, porque mejor es echar en falta a seis compañeros que no a todos juntos." «Así dijo, y yo le contesté y dije: «"Diosa, vamos, dime con verdad si podré escapar de la funesta Caribdis y rechazar también a Escila cuando trate de dañar a mis compañeros."
«Así dije, y ella al punto me contestó, la divina entre las diosas: «"Desdichado, en verdad te placen las obras de la guerra y el esfuerzo. ¿Es que no quieres ceder ni siquiera a los dioses inmortales? Porque ella no es mortal, sino un azote inmortal, terrible, doloroso, salvaje e invencible. Y no hay defensa alguna, lo mejor es huir de ella, porque si te entretienes junto a la piedra y vistes tus armas contra ella., mucho me temo que se lance por segunda vez y te arrebate tantos compañeros como cabezas tiene. Conque conduce tu nave con fuerza e invoca a gritos a Cratais, madre de Escila, que la parió para daño de los mortales. Ésta la impedirá que se lance de nuevo.«Entonces no hice caso de la penosa recomendación de Circe, pues me ordenó que en ningún caso vistiera mis armas contra ella.
Así que vestí mis ínclitas armas y con dos lanzas en mis manos subí a la cubierta de proa, pues esperaba que allí se me apareciera primero la rotosa Escila, la que iba a llevar dolor a mis compañeros. Pero no pude verla por lado alguno y se me cansaron los ojos de otear por todas partes la brumosa roca. «Así que comenzamos a sortear el estrecho entre lamentos, pues de un lado estaba Escila, y del otro la divina Caribdis sorbía que daba miedo la salada agua del mar. Y es que cuando vomitaba, todo ella borbollaba como un caldero que se agita sobre un gran fuego la espuma caía desde arriba sobre lo alto de los dos escollos , y cuando sorbía de nuevo la salada agua del mar, aparecía toda arremolinada por dentro, la roca resonaba espantosamente alrededor y al fondo se veía la tierra con azuloscura arena.
«El terror se apoderó de mis compañeros y, mientras la mirábamos temiendo morir, Escila me arrebató de la cóncava nave seis compañeros, los que eran mejores de brazos y fuerza. Mirando a la rápida nave y siguiendo con los ojos a mis compañeros, logré ver arriba sus pies y manos cuando se elevaban hacia lo alto. Daban voces llamándome por mi nombre, ya por última vez, acongojados en su corazón. Como el pescador en un promontorio, sirviéndose de larga caña, echa comida como cebo a los pececillos (arroja al mar el cuerno de un toro montaraz) y luego tira hacia fuera y los coge palpitantes, así mis compañeros se elevaban palpitantes hacia la roca.
«Escila los devoró en la misma puerta mientras gritaban y tendían sus manos hacia mí en terrible forcejeo. Aquello fue lo más triste que he visto con mis ojos de todo cuanto he sufrido recorriendo los caminos del mar. Cuando conseguimos escapar de la terrible Caribdis y de Escila, llegamos enseguida a la irreprochable isla del dios donde estaban las hermosas carianchas vacas y los numerosos rebaños de ovejas de Helios Hiperión.
«Cuando todavía me encontraba en la negra nave pude oír el mugido de las vacas en sus establos y el balar de las ovejas. Entonces se me vino a las mientes la palabra del adivino ciego, el tebano Tiresias, y de Circe de Eea, quienes me encomendaron encarecidamente evitar la isla de Helios, el que alegra a los mortales.