


Los mandan son una tribu india de lengua siux, cuyo nombre proviene de «mawantani» (gente del río) aunque ellos se hacían llamar «numakaki» (hombres). Los siux teton les llamaban «miwahtoni». En 1750 tenían 9 poblados, pero en 1800 sólo quedaban dos. Se dividían en varias bandas o «Is' tope» (aquellos que se tatúan): «Nup'tadi» (sin traducción), la más numerosa; «Ma'nana'r» (aquellos que se pelean); «Nu' itadi» (nuestro pueblo); y «Awi' ka-xa» (sin traducción). Eran sedentarios y vivían en cabañas circulares de tierra, arcilla o madera, que tenían de 12 a 18 metros de diámetro, agrupadas en pueblos rodeados de fosos y estacas. Se distinguían de los siux físicamente. Algunos etnólogos los creían descendientes del rey galés Madoc, quien en 1100 aproximadamente, salió de Gales en barcos hacia el Oeste y ya no volvió. Afirmaban que se estableció en Luisiana y remontó el río Misisipi. Madoc era un rey galés druida, y hay fuentes que afirman que partió hacia norteamérica y que realmente sí que se asentó en el río Knife. Los mandan no solo se parecían físicamente a los galeses, sino que además las historias que se contaban alrededor del fuego y las costumbres, así como los conocimientos en materia de medicina, se asemejaban a los de los druidas galeses.

Según ellos, vivían en el interior de la tierra, en las orillas de un lago, donde había una cepa. Por ella subió la mitad de la tribu, pero la otra mitad no lo pudo hacer. No eran muy guerreros. Vivían del cultivo del maíz, calabazas y quenopodio, y de la caza del bisonte. Sus canoas circulares eran de corteza o de cuero curtido muy similares a los curraghs galeses, lo que alimenta la teoría de un asentamiento druídico. Curtían pieles de ciervo o bisonte, secándolas al sol. Las mujeres estaban poco consideradas, las casaban a los 12 años y eran esclavas del marido. Aun así, la línea femenina regía en el parentesco, en las dos primeras castas les era permitida la poligamia y, generalmente, las esposas del mismo hombre eran hermanas. Había tres castas: caudillos, guerreros y plebeyos, cada una de ellas con un tótem protector que intercedía ante el Gran Espíritu por su protegido. Tenían escasas nociones religiosas, y se les consideraba muy supersticiosos, pero tenían ceremonias espectaculares y llenas de simbolismo, y sociedades secretas para hombres y mujeres, ordenadas según la edad. Creían que el Espíritu del Mal estaba en el cielo para tentar a los buenos, y que el Espíritu del Bien estaba en el infierno para castigar a los malos. Celebraban también la Okipa o danza del Sol. Envolvían a sus muertos con pieles de bisonte, para que no entrara aire, y los colocaban en un catafalco con los pies hacia el este. Cuando el catafalco se deshacía, quemaban los restos del difunto, excepto el cráneo, que era colocado en tierra. Cuando perdían a un pariente se cortaban los cabellos y a veces las falanges. Eran aliados de los hidatsa, de quienes adoptaron sus costumbres, y más tarde de los arikara.
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