domingo, 7 de abril de 2013

El Solitario y el Primer Hombre


George Catlin relata que los mandanos, una tribu de indios de Norteamérica, danzan el baile de los búfalos para que vengan los búfalos. Bailan hasta que éstos llegan, y -- según el testigo de Catlin -- nunca ha fallado como trabajo esencial y fundamento de la reproducción de la tribu. Después, cazar y matar a los búfalos sólo es un asunto técnico. Este informe sobre una ceremonia de sacrificio en la cual la danza y el canto forman el trabajo al cual la comunidad debe su pervivencia lo confirma Carl Lumholtz en una investigación sobre el papel del baile entre los indios tarahumara de México. Para que el padre sol y la madre luna los provea de lluvia fértil y otras necesidades, no únicamente tienen que sacrificar, sino que también siempre deben bailar. Y su palabra para bailar, nolávoa, es igualmente su palabra para trabajar.
Cuando durante la fiesta, a los miembros de la tribu que están afuera, parados en la orilla de la plaza de baile, les dicen: ¿por qué no te pones a trabajar?, esto quiere decir que tienen que bailar. Este es el verdadero trabajo. Ellos bailan para evitar enfermedades en los hombres, los animales y las plantas; para atraer la lluvia y en contra del exceso de lluvia; para el éxito en las labores del campo, las cosechas y las piezas de caza; para los nacimientos, las bodas y los funerales. No hay ningún asunto importante en la vida de la tribu y de sus miembros que no se realice por medio de un baile. Lumholtz explica que durante la cosecha, en la plaza de baile, un miembro de la familia siempre tiene que bailar, mientras los otros recogen la cosecha en el campo; además sostiene que los tarahumaras dicen que el trabajo de bailar es, con mucho, el trabajo más pesado. Para ellos, el baile significa el propio fundamento de la vida.

Los mandan son una tribu india de lengua siux, cuyo nombre proviene de «mawantani» (gente del río) aunque ellos se hacían llamar «numakaki» (hombres). Los siux teton les llamaban «miwahtoni». En 1750 tenían 9 poblados, pero en 1800 sólo quedaban dos. Se dividían en varias bandas o «Is' tope» (aquellos que se tatúan): «Nup'tadi» (sin traducción), la más numerosa; «Ma'nana'r» (aquellos que se pelean); «Nu' itadi» (nuestro pueblo); y «Awi' ka-xa» (sin traducción). Eran sedentarios y vivían en cabañas circulares de tierra, arcilla o madera, que tenían de 12 a 18 metros de diámetro, agrupadas en pueblos rodeados de fosos y estacas. Se distinguían de los siux físicamente. Algunos etnólogos los creían descendientes del rey galés Madoc, quien en 1100 aproximadamente, salió de Gales en barcos hacia el Oeste y ya no volvió. Afirmaban que se estableció en Luisiana y remontó el río Misisipi. Madoc era un rey galés druida, y hay fuentes que afirman que partió hacia norteamérica y que realmente sí que se asentó en el río Knife. Los mandan no solo se parecían físicamente a los galeses, sino que además las historias que se contaban alrededor del fuego y las costumbres, así como los conocimientos en materia de medicina, se asemejaban a los de los druidas galeses.

Según ellos, vivían en el interior de la tierra, en las orillas de un lago, donde había una cepa. Por ella subió la mitad de la tribu, pero la otra mitad no lo pudo hacer. No eran muy guerreros. Vivían del cultivo del maíz, calabazas y quenopodio, y de la caza del bisonte. Sus canoas circulares eran de corteza o de cuero curtido muy similares a los curraghs galeses, lo que alimenta la teoría de un asentamiento druídico. Curtían pieles de ciervo o bisonte, secándolas al sol. Las mujeres estaban poco consideradas, las casaban a los 12 años y eran esclavas del marido. Aun así, la línea femenina regía en el parentesco, en las dos primeras castas les era permitida la poligamia y, generalmente, las esposas del mismo hombre eran hermanas. Había tres castas: caudillos, guerreros y plebeyos, cada una de ellas con un tótem protector que intercedía ante el Gran Espíritu por su protegido. Tenían escasas nociones religiosas, y se les consideraba muy supersticiosos, pero tenían ceremonias espectaculares y llenas de simbolismo, y sociedades secretas para hombres y mujeres, ordenadas según la edad. Creían que el Espíritu del Mal estaba en el cielo para tentar a los buenos, y que el Espíritu del Bien estaba en el infierno para castigar a los malos. Celebraban también la Okipa o danza del Sol. Envolvían a sus muertos con pieles de bisonte, para que no entrara aire, y los colocaban en un catafalco con los pies hacia el este. Cuando el catafalco se deshacía, quemaban los restos del difunto, excepto el cráneo, que era colocado en tierra. Cuando perdían a un pariente se cortaban los cabellos y a veces las falanges. Eran aliados de los hidatsa, de quienes adoptaron sus costumbres, y más tarde de los arikara.

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